DE SÁNCHEZ CERRO A ODRÍA
Los
años 30 marcaron un punto culminante en la presión por democratizar el Estado
con el ingreso de la clase media y los grupos populares a la política. El
antiguo sector exportador, que ahora formaría un germen de burguesía
empresarial, pareció estar mejor dispuesto a la apertura política, pero no
vaciló en reprimir cualquier intento que pudiera poner en peligro su dominio.
Por
ello se apoyó en el poder a militares como Sánchez Cerro (1931-1933) o
Benavides (1933-1939) para seguir controlando el país. A lo largo de estos años
se recortaron las libertades públicas y sindicales y se persiguió a los
partidos de izquierda. Esa fue la esencia de este tercer militarismo.
Las
limitaciones del modelo exportador se hicieron evidentes con la crisis mundial.
Entre 1929 y 1932, el precio del cobre se redujo en 69%, lanas en 50%, algodón
en 42% y azúcar en 22%. Ahora se dejó sentir el endeudamiento dejado por
Leguía. El país tuvo que reducir notoriamente sus gastos y la cobertura social.
El presupuesto, que era de 50 millones de dólares en 1929, descendió a 16
millones en 1932.
La
libra peruana desapareció y se creó el sol de oro como nueva moneda en 1930.
Hubo una continua devaluación monetaria y el costo de vida aumentó. Muchas
empresas cerraron y el desempleo se extendió. Para los grupos medios y
populares estos años significaron reducción de salarios, desocupación y auge de
huelgas.
La
crisis obligó a desarrollarse con autonomía respecto al mercado mundial e
impulsar la industrialización. Ante la ausencia de créditos externos, el país
debió autofinanciar su recuperación. En 1939 más del 40% de los ingresos
públicos estaban cubiertos por impuestos directos. Este esfuerzo permitió
construir una serie de carreteras: en 1934 había 19.867 kilómetros y en 1944 la
cifra se elevó a 33.468.
El
Estado tuvo que seguir creciendo para atender las demandas sociales. Aparecen
los ministerios de Educación, Salud y Agricultura. La reforma del Banco de
Reserva y la ampliación de la Banca de Fomento le dieron a los gobiernos mayor injerencia
en la economía. La burocracia aumenta en un 100% entre 1938 y 1945.
Por
último, este crecimiento estatal estuvo acompañado de un peligroso centralismo.
Las decisiones se tomaron cada vez más en Lima, pues nunca funcionaron los
Congresos Departamentales contemplados en la Constitución de 1933. Tampoco hubo
autonomía municipal.
Luego
del tercer militarismo fue elegido por primera vez Manuel Prado (1939-1945); su
victoria se debió también al tácito apoyo de los movimientos de izquierda pues
veían en Prado al representante de una burguesía progresista interesada por
democratizar el país. Se equivocaron. Prado reprimió la actividad sindical e
implantó una política liberal para favorecer las exportaciones.
En
1945 triunfó Bustamante y Rivero apoyado por el Frente Democrático Nacional. Su
breve mandato (1945-1948) fue el primer esfuerzo por ofrecer una alternativa
reformista distinta al Apra, aunque para llegar al poder requirió del apoyo de
Haya de la Torre. Por ello el sector exportador conspiró con los militares para
llevar a cabo un golpe de estado y restaurar una dictadura modernizadora con el
general Manuel A. Odría (1948-1956). El régimen se benefició por un auge
exportador, implementó una colosal política de obras públicas y le otorgó el
voto a la mujer.
Los
años 50 configuraron el rostro del Perú contemporáneo. La urbanización adquirió
un fuerte papel y se hizo patente por la concentración de grandes contingentes
de migrantes en las barriadas de Lima y otras ciudades de la costa. Surge así
un nuevo grupo de propietarios, empresarios, obreros y subempleados.
La
cultura andina comienza a invadir las ciudades transformándolas de manera
inexorable. De otro lado el crecimiento de las comunicaciones (radio y
carreteras), la aceleración del movimiento comercial e industrial de Lima y el
desarrollo de otros sectores de exportación (pesca en Chimbote), terminaron
colocando a la agricultura en un segundo plano.
En
la sierra, la crisis del agro debilita a los terratenientes y empuja a más
campesinos a las ciudades para buscar trabajo y alcanzar la cultura occidental.
También hay un crecimiento explosivo de la educación popular con la
multiplicación de colegios y universidades. El país entra en efervescencia y
surgen nuevos partidos reformistas: Acción Popular y la Democracia Cristiana.